martes, 19 de junio de 2018

UNA PARTIDA DE DOMINÓ


Es lo que suelo hacer, los días no laborables, con mi padre. Bueno una o unas cuantas. Es un juego entretenido, ameno, de suerte y saber jugar. Mi padre sabe más que yo y es más tranquilo, por lo que me gana casi siempre.

Hoy me ha ganado tres de cuatro partidas, una de ellas, las cinco manos…
En la sobremesa, con la siesta echada y con ganas de jarana, nos ponemos al sol (en este tiempo) y jugamos unas amenas partidas, que hacen más corto el tiempo y de camino no fumo tanto.

Mi padre dice como Pepe, que le hago trampas (que no le dejo salir cuando le corresponde, que conozco las fichas…) Todo royo suyo, porque la única ficha que se conoce es el tres doble, que la conoce él tanto como yo y la podemos robar cuando nos interese.

El caso es pasar el tiempo y hacerlo entretenidos. Mi madre se va con nosotros, pero a tomar el sol. Ella no sabe jugar, pero el otro día se puso y ganó algunas manos.
Este es un juego de mesa como otro cualquiera, pero es sencillo y no hay que comerse el “coco” mucho para jugar y ganar o perder. 

Tiene veinte y ocho fichas del uno al seis combinándolas.
Pone uno y luego el otro y si no tiene roba hasta encontrar. Mi padre se “mosquea” cuando roba muchas fichas y esto es casi sinónimo de perder y a él le gusta ganar. Esto le pasa a cualquiera.

A mi padre le gusta jugar conmigo, porque me lo pienso poco y le es fácil ganarme, aunque una vez le gané cuatro de cinco partidas.
Otras veces empatamos a una partida o dos o bien dos a una.
El caso es compartir el tiempo, hacerlo tranquilamente y no enfadarse por nada. AL fin y al cabo solo es un juego que sirve para matar el ocio y pasarlo bien.

Yo no soy buen jugador, pero perdiendo voy aprendiendo y cada vez lo hago mejor y a mi padre le da rabia que le gane cuando casi me dobla la edad y la experiencia de jugador de dominó.
JOSÉ ANTONIO MERIDA.

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