Ayer estuvimos, mis padres y yo de comunión. La hacía una
sobrina mía que vive en un pueblo de la provincia. La niña estaba radiante de
guapa. Allí pude ver a familiares que no veía hace tiempo, lo que me llenó de
alegría. También conocí a algún sobrino nuevo que ha nacido después de que no
me veo con sus padres. La familia está repartida por España.
A las nueve de la mañana vino mi cuñado a por nosotros que
nos lo pasamos muy bien. Allí había mucha gente, unos conocidos y otros no.
Nada más llegar, nos fuimos para la iglesia. Había mucha
gente. Yo no entré porque no comparto algunas de las ideas de la iglesia
católica. Nos quedamos fuera varios hombres y mujeres. Yo entré, cuando terminó
la ceremonia, a hacer fotos a mi sobrina y a su hermanita menor.
Todos, más o menos,
llevemos algún regalito a la niña. Tod@s estaban guapísim@s. Los invitados
también.
Después de la ceremonia, como no, viene la comida, que fue en
casa de mi hermana. Unos camareros nos sirvieron los deliciosos alimentos que
nos tenían preparados, que comimos entre charla y charla. Todo era alegría y
buen hacer. Parecía como si nos viésemos cada día.
La niña no sabía donde acudir, porque todos queríamos hablar
con ella, darle un beso y el regalo de cada uno de nosotros.
El tiempo pasaba corriendo, charlando con un@s y otr@s. Fue un día de fiesta para nosotros,
que fuimos muy bien recibidos por todos. Las penas se olvidan un día así.
Yo le regalé un libro de fábulas que le gustó mucho. Todos
queríamos la compañía de la niña. Compartir nuestro tiempo con ella y con su
hermanita que son muy guapas las dos.
Fue un día inolvidable, de alegría y entendimiento, por parte
de todos. Todos éramos un poco más felices ayer.
Yo, que no quería ir, me lo pasé estupendamente bien, saludando
a familiares y conocidos de estos. Días así se deberían repetir más veces.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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