Junto con la coneja formaban una pareja muy feliz. Le dijo el
conejo a la coneja: ¡tenemos conejitos! A lo que la coneja no se pudo negar y a
los pocos meses ya tenían descendencia.
Había de todos los colores, grises y negro, marrón y blanco,
todos con las orejas tiesas para que les diesen de mamar.
Un día la coneja se enfadó con el conejo y lo echó del
corral. El conejo se marchó cabisbajo sin rumbo fijo. Sus amigos le decían ¿a
dónde vas tan solo?
Él les contestó: pues mirad que mi señora coneja me ha echado
del corral y no tengo donde ir, sin comida ni agua.
Un amigo suyo lo acogió en su casa y le dio de comer y beber,
que llevaba ya tres días sin tomar nada. El conejo, agradecido le dijo: ¿cómo
puedo pagar esto que haces conmigo?
El amigo le respondió: yo tengo un corral, pero todas son
hembras, ven, préñalas y con eso quedarás absuelto de tu deuda. Eso está hecho
¿dónde está tu corral?
En otro barrio, le dijo. Bueno yo voy allá y te hago lo que
me pides si tú me das de comer y agua. Vamos para allá.
El conejo, que era muy macho, entró en el corral y una a una
avió a todas las conejas.
Su amigo era feliz, pues pronto tendrían descendencia y
mucha.
El conejo amigo le dijo ¿cómo puedo pagarte este bien que me
haces?
Le contestó: pues dándome de comer y beber y un rincón en tu
corral. Si es solo eso, ven conmigo.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.