Las mujeres tienen en el rostro un aire puro que atrae a los
hombres, hasta su perdición, que es el enamoramiento. Su piel es linda, su
sonrisa embaucadora. Envenena los libres aires del hombre, que queriendo o no,
cae en las garras de la fiera y ya no puede librarse de ella, por muy macho que
sea el hombre.
Tiene en sus ojos y en su sonrisa el don de enamorar al
hombre, que quiera o no, se ve envuelto en los ojos de tan leal compañera, que
mira de reojo a su futuro marido.
La dama es compañera inseparable del caballero, que quiera o
no se verá enjaulado por las artes de la mujer, que sabe lo que quiere de tan
apuesto galán, que es su compañero de penas y alegrías.
El hombre, macho de la pareja deberá controlar la unión de este
con la mujer y esta deberá vigilar el comportamiento del hombre en la familia,
de los hijos y de los ingresos en metálico, para que la casa marche sobre
ruedas redondas u no cuadradas.
Hoy día la mujer también trabaja por lo que las necesidades
monetarias están aseguradas, en una familia normal. El problema son los niños,
que tienen que quedar en guarderías o al cuidado de los abuelos, que son un
soporte importante para la familia.
El hombre que lo es se ha de unir a una mujer, casarse y
tener hijos, que engrandecerán su unión hasta llevarlos al Cielo, por su
sacrificio de tan grande cargo como es el de criar hijos y que luego se vayan y
dejen los abuelos solos, a espensas de lo que los hijos los quieran asistir y
ayudar económicamente.
Los hijos se tienen, se crían y luego se van con su pareja a
vivir una vida similar a la de sus padres, que siempre estarán al cuidado de
sus retoños, por si algo les habrán de necesitar.
Todos formamos una gran familia, a espensas de lo que la
suerte nos quiera deparar, ayudados del esfuerzo de los unos para los otros,
siempre con la bondad de la Providencia.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.