Parece mentira que donde vivimos tantas personas, se pueda
sentir soledad. Pero no lo es, cada uno va a lo suyo y si le comentas algo en
la frutería, por ejemplo, se enfada.
Este mundo no está hecho para mí. Dos personas que se ven a
diario, en el mismo sitio y ni se saludan. Parece que estén ahorrando palabras
para cuando venga su vecina, que esta si es buena.
Los amigos de siempre son buenos, pero esto no quita que se
hable uno con las personas que coinciden en la carnicería. No sé como explicar
lo soeces que son las personas. Con unos se pasan y con otros no llegan. No
cuesta nada saludar a una persona.
En el campo se encuentran dos personas y se saludan, aunque
no sean familia y entablan conversación de cualquier tema, cosa que en la
ciudad no se hace.
Parece que siempre tengamos prisa, que nos va a faltar tiempo
para hacer nuestros recados. Tenemos que echar más calma y no ir siempre como
si fuéramos a apagar fuego.
No contamos nuestras cosas a los amigos por temor a que nos
difamen. Nuestra conversación es: buenos días ¿cómo estás? Y hasta luego. No
quiere decir esto que vayamos contando nuestros problemas a todo el mundo, pero
un poco de conversación, sin llegar a cosas personales, es buena para todos.
La ciudad está muerta porque no hay calor humano en ella.
Nosotros podemos hacer mucho porque reviva. Es una pena una comunidad tan
grande y tan vacía de amor.
El calor humano sale del trato con las personas y en ciudad
este “deporte” se practica muy poco.
Se reúnen las personas para eventos como pueden ser bodas,
comuniones, bautizos, cumpleaños… y todos se hablan. Deberíamos buscar motivos
para que nos comunicáramos más.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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