Había una vez un marinero que trabajaba en un gran barco.
Ejercía su trabajo en el interior, por lo que, cuando terminaba su tarea, le
gustaba salir a cubierta a ver romper las olas contra el casco del barco.
También le gustaba ver el horizonte, si se veía tierra o era todo agua.
En este último caso el mar parecía una esfera, no plano, sino
que se iba perdiendo a la vista en la lejanía.
Observaba cada día el color de las aguas, que podían ser
verde claro, azul cielo, celeste o de otros colores por la contaminación.
Una noche clara de invierno, nuestro protagonista salió a
cubierta y había tanta luz que parecía de día. Era la luna que estaba llena y
se reflejaba en las aguas del mar. Quedó maravillado por tal espectáculo que
nunca había visto.
Aprovechó el marinero para pedir a la luna una novia guapa,
para que cuando llegase a puerto tener una mujer esperándole, para llenar el
vacío que tenía en su interior en el barco que trabajaban pocos hombres.
Tuvo a bien la luna en conceder el deseo del marinero y un
día que desembarcó avistó una bella mujer que lo miraba fijamente. Sin
preámbulo empezaron a hablar y el carácter de ambos coincidía, por lo que
quedaron para verse el día siguiente.
El marino le contaba las historias del mar y la luna, que
gustaban a la chica que se llamaba Isabel.
Pronto pensaron en casarse y llevar a la chica a ver las
maravillas del mar y de la luna, que le gustaron mucho.
Poco después pensaron en comprarse un barco pequeño de pesca,
para tener su propio negocio. Fernando e Isabel vivían felices en el mar bravo
alumbrado por la luna llena.
Esta es la historia de un hombre y una mujer que unieron sus
vidas para compartirlo todo.
Haz tú lo mismo, únete a una mujer y vive tu vida con ella.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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