Se quedaron un grupo de hombres y mujeres que no tenían
capacidad para arreglárselas por si solas. Para ello, en su día se creó una
comunidad regentada por un hombre de bien, que les cuidaba, daba de comer y
ayudaba en sus tareas, que eran trabajos manuales, informática y ocio en
general.
Llegó un día, que por falta de medios económicos, mandaron a
estos hombres y mujeres a una casa alejada y sin el buen hombre que los
cuidaba.
Estas personas no querían estar solas. En lugar del hombre
que los cuidaba, dejaron a dos o tres de los más despabilados a cargo de
aquello que se suponía su hogar.
Para convencerlos les dijeron que allí estarían mejor,
administrándose ellos mismos. Para ello les dieron un poco de dinero, para contentarlos,
pero ellos no eran tontos. Les habían dado gato por liebre.
Cada cual cogió el camino que pudo, pero por el hogar no iban
para nada. Era pequeño, con malos apaños y sobre todo les faltaba el pastor,
que los guiase cuando se encontraran perdidos.
Los engañaron como a memos, creyéndose ellos mismo que
saldrían adelante, que eran capaces, pero no lo eran. Estos pequeños
necesitaban a alguien que los cuidase y se encargara de administrar el dinero.
Andaban como ovejas descarriadas y ninguno estaba conforme
con el nuevo hogar, que les habían buscado.
Nadie iba por allí, algunos se ponían muy bien puestos,
diciendo que eran autónomos, pero a la hora de la verdad, nadie estaba
dispuesto a hacer nada por la casa ni por los compañeros.
Algunos de ellos eran tercos y seguían insistiendo en que
solos estaban mejor.
Pero: ¿dónde estaban mejor? En un mundo que no les quería por
su debilidad. Descarriados por esas calles mundanas que no se hacían cargo de
ellos.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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