Siempre los ha habido y los habrá. Los ricos cada vez más ricos y
los pobres cada vez más pobres, en este paneta tierra globalizado en el que
vivimos.
No tengo yo nada en contra de los ricos, sino al contrario. Por
ejemplo, al cruzar un peatón un paso para tales, si viene un tío con un
cochazo, es más fácil que lo deje pasar, que si es un cochecito viejo y
pequeño. Si además el peatón le da las gracias con la mano, de la misma manera
que antes, es más probable que se las conteste, que si es un conductor de una
birria de coche. En definitiva, que tienen más cortesía que los pobres.
De todas formas, en todos los sitios hay de todo, algunos pobres
son muy agradecidos, corteses y serviciales. También depende de la edad. La
juventud es más loca y menos respetuosa, por regla general y según cada caso.
Todos somos personas y, por tanto, tenemos fallos. Muchas veces,
nos cuidamos de pequeñeces y no hacemos el bien cuando verdaderamente hace
falta. Hay que tener cuidado de no cometer fallos demasiado
grandes. No cuesta trabajo ni dinero ayudar a una persona que lo
necesita.
La alegría y la satisfación personal residen en cumplir con
nuestros deberes y derechos, que nuestra conciencia nos los dicta y que, como
digo, no cuesta nada hacerlos. Ricos y pobres podemos echar una mano a esa
persona que lo necesita, en cualquier momento inesperado. Es ahí cuando debemos
hacer ese pequeño favor, a ese viejecito que cruza la calle, desorientado, a
esa señora que va cargada, a esa persona mayor, en el bus, cederle el asiento.
Que no falten nunca esos jóvenes, valientes, dispuestos a ayudar,
que los hay a montones.
A todos nos gustaría ser ricos y estar hartos y sobrados de todo.
Pero no es el dinero tan bonito como lo pintan y sobre todo no trae la
felicidad, sino más bien lo contrario.
Con tener para ir tirando, es suficiente. Dejaríamos, de esta
manera un poco para los demás.
JOSE ÁNTONIO MÉRIDA.
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