martes, 19 de junio de 2018

EL NIÑO APOCADO


Hoy, como de costumbre, me levanté temprano, me fui a dar un largo paseo y cuando llegué a casa, allí estaba mi madre esperándome para pelarme. No es un pelado cualquiera, a tijeras, sino con maquinilla y al cero con lo que me ha dejado la cabeza como una bombilla de la luz.

Después le tocó a mi padre. Era yo entonces el peluquero. Eso sí, él no se pela al cero sino al cinco, que también le queda la cabeza un poco clara de pelo.

La maquinilla y la tijera hacen todo el trabajo y le dejan a uno que resbalaría un piojo, si los tuviera.

Mi padre es más comedido. Él se pela un poco, pero no al cero. Ya hasta junio no nos pelamos más. Hay que tener ganas para pelarse, pero a mí ya me hacía falta, porque se me pone el pelo tieso y está muy feo.

Mi madre se siente orgullosa de vernos con la cabeza mondá y se alegra de que vayamos guapos y aseados. Tras el pelado, me lavé la cabeza, comí y me eche en la cama hasta las dos y pico, que me vine para Al-Farala.
Hoy estoy solo, a mis anchas y puedo hacer lo que me venga en ganas y es que me gusta la soledad, la meditación y de camino hago un escrito. Así se me hace la tarde más corta y no tengo que estar peleando con mi madre con la cosa del tabaco. Me siento, un poco, libre y descanso de estar en casa.

Mañana iré a desayunar con Pepe y se pasará el día corriendo, que es lo que yo quiero.

Un día sin hacer nada, es un aburrimiento y se hace largo y pesado.
En casa me dedico a hacer la compra, fregar cuatro platos y a ayudarle algo a mi madre. Pero eso no es lo mío. A mí me gusta salir, pasearme y pasarlo bien haciendo lo que me place.

Con la familia me llevo bien, sino fuera por el tabaco, todo iría maravillosamente bien.

Mi madre es muy buena y comprensiva y mi padre también.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.

No hay comentarios:

Publicar un comentario