Pasan despacio los días, sin embargo los años
corren. Cuando queremos acordar ya es de nuevo Navidad. No podemos
detenerlo y pasa inexorablemente, sin darnos cuenta, y nos vamos haciendo
mayores.
A partir de los cuarenta años es cuando notamos que otro año se
fue y somos un año mayor. Lo notamos en nuestro cuerpo, que es mayor y en
nuestra alma, que es más madura.
El día a día se hace interminable, parece que no pasan los días,
pero cuando queremos acordar, es otra vez nuestro cumpleaños, y a soplar las
velitas.
De niños queremos hacernos mayores, importantes, pero de mayores
quisiéramos que el tiempo se detuviese y no cumpliéramos más años. Es ley de
vida, los días pasan y los que nos pasamos somos nosotros.
Recordamos, con añoranza los días de nuestra juventud, cuando
buscábamos pareja y nos fijábamos en el sexo contrario, deseando tener novi@.
Todo llega, nos hacemos novi@s, nos casamos, tenemos hijos,
trabajamos y el tiempo corre que te corre pasa sin darnos cuenta y cuando queremos
acordar somos abuelos.
Nos jubilamos con la esperanza de vivir un poco mejor, pero los
achaques hacen que este tiempo sea duro y no disfrutamos de nuestra vejez como
debiéramos.
Cobramos nuestra jubilación y la gastamos en los nietos, que son
la luz de nuestra alma.
Los queremos más que a nuestros propios hijos. Nos entretenemos
jugando con ellos.
Pero esto son cosas de la vida. Tiene que pasar y venir los hijos
y después los nietos.
El cuento se va acabando y, sin querer somos viejos y no hay forma
de volver atrás.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario