martes, 19 de junio de 2018

EL JARDÍN DE ATRÁS


Era un jardín casi imaginario. En él había un viejo olivo y, entre matojos, alguna florecilla preciosa que trataba de sobrevivir por si sola.

Soñé reconstruirlo y plantar en él todas las flores bonitas que he tenido, entre ellas una redonda, pequeña, con pistilos y estambres entre blancos y verdes, que tuvimos mi exmujer y yo. Soñé con que plantaríamos flores preciosas y que lo cuidaríamos, con esmero, como a una joya.

Estaba situado en la parte de atrás de mi casa, en lo que era un arroyo. A un lado y otro de él pasaban coches. Era un repecho de forma ovalada, pequeño, pero muy bonito y estaba a cuatro metros de casa. Crecía con el agua de lluvia, ya que no se regaba.

Tenía alguna flor plantada y otras silvestres (también bonitas). Yo jugaba alrededor de él y cogía alguna flor para regalársela a mi madre.

Soñé, como digo, con reconstruirlo, un poco con ayuda de mi exmujer, un poco con ayuda de mi madre. Le quitaríamos las malas yerbas y solo dejaríamos las flores bonitas. Sembraríamos las flores más bonitas que hemos tenido en casa: claveles, rosas, margaritas, jazmines y todo lo bonito que pueda tener un jardín.

En mi sueño veía como proyectábamos la obra de arte, que de haberse hecho, habría sido, sin duda, el jardín más bonito del mundo.
No sería un jardín monumental, pero junto al olivo florecerían las flores más bellas del mundo, unas plantadas, otras silvestres, harían un jardín pequeño, pero bonito a reventar.

Todo el mundo que lo viese, que serían muchos porque estaba en un camino de paso, se maravillaría de él, no por su grandiosidad, sino por su exquisités y buen gusto con que estaba diseñado.
En mi sueño vi como eligíamos las más bonitas flores de nuestras vidas y como las plantábamos.
Mi sueño se fue al traste literalmente, cuando desperté, porque donde estaba situado el viejo jardín, en la actualidad lo que hay es asfalto.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.

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