martes, 19 de junio de 2018

EL LEÑADOR


Era un buen hombre que se dedicaba a talar árboles del bosque. Eso sí, por cada árbol que cortaba, plantaba tres. Ya tendrían que aprender los pirómanos, que queman los bosques por gusto o por razones comerciales, de este buen hombre.
Se ganaba la vida con la madera que cortaba del bosque, que después se llevaría un camión para hacer muebles y, con los restos, papel. Aquí no se tira nada, que vivimos en un planeta desforestado, provocados por la mano del hombre (los más) y por fenómenos fortuitos (rayos sobre todo).
Vivía este hombre en el campo, que era su forma de subsistencia. Tenía mujer y tres hijos, dos niñas y un niño, que ayudaban a su padre en sus tareas. Sobre todo en un huerto que tenían en un claro del bosque. Este daba fruta y verduras para toda la familia.
Su mujer se dedicaba a las tareas del hogar y a cuidar de una pequeña granja que tenían, que ayudaba también a la economía familiar. Tenían gallinas, pollos, conejos y un gallo, que cada mañana, alegre cantaba, como si de un despertador se tratase.
 Los niños iban al colegio, que no estaba lejos, para prepararse para la vida actual. La mayor quería ser filóloga inglesa, el segundo, abogado y la menor quería ser maestra de primaria.
La vida transcurría apacible en el bosque, lejos del mundanal ruido y la contaminación de la ciudad. Toda la familia estaba unida y se ayudaban mutuamente. Es como un sueño, donde todo transcurre felizmente y sin altercados familiares. La paz reinaba en aquella casa.
Nada tiene que ver este hogar de cuento, con la gran ciudad, donde todo es prisa, ruido de coches y malas formas de la gente que en ella viven.
Nuestra granja era cosa aparte y el leñador y su familia vivían felizmente en la pasividad del campo. Aunque parezca mentira, aún quedan sitios así. Cada vez menos, por desgracia. A mucha gente le gustaría vivir en un sitio similar, pero con un coche en la puerta.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.

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