No es marinero por casualidad, lo es porque en el mar se
siente un poco más libre, sin nadie que le mande qué debe o no debe hacer. El
mar es su vida y su forma de subsistencia.
Se levanta de madrugada y se echa a la mar, esperando que hoy
sea un buen día de pesca y que pueda traer para los suyos, que los quiere con
locura, su sustento.
Prefiere quedarse un día sin comer, que un día sin navegar.
No le teme a la mar brava, se encara con ella y navega sin temor, pero con
cordura.
Si un día no puede navegar, por el motivo que sea, se queda
en tierra arreglando sus redes y pensando cuando podrá, de nuevo, navegar por
el ancho mar.
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No teme al agua, a que
las olas pasen por encima de su cabeza. Él echa sus redes, esperando tener
buena pesca.
Es intrépido y canta al son de las olas, que son su música favorita, cancioncillas que él mismo se inventa y alardea del cargo que ocupa en esta vida.
Es intrépido y canta al son de las olas, que son su música favorita, cancioncillas que él mismo se inventa y alardea del cargo que ocupa en esta vida.
Si un día no hay buena pesca, no se viene abajo, mañana será
otro día de más suerte y llega a puerto pensando en salir de nuevo a la mar.
Su barco no es grande, pero es el mejor de todo el
embarcadero, hasta tenerle envidia sus compañeros, por lo que relucen sus
costados, su ancla, su proa y su popa.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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