Había una vez un chico que se paseaba por toda la ciudad con
una bolsa. La gente le preguntaba: Pedrito ¿A dónde vas? Él les respondía con
dulzura: “Voy a mi tarea, a echar un rato por ahí”.
A la gente le intrigaba el saber qué llevaba en la bolsa,
pero les daba vergüenza preguntarle.
Porque claro, no era de su incumbencia lo que llevara o
dejara de llevar. Era cosa de él.
El caso es que nuestro personaje salía todos los días de
casa, a hacer su tarea o parte de ella, porque parte del día lo dedicaba a
cuidar a su familia, a ver a los amigos, a visitar enfermos… y cosas por el
estilo.
Pedrito era un caso especial, saludaba a su gente, hablaba
con los amigos, sin reparo y vivía en una gran ciudad, que él recorría todos
los días, para ver a sus amigos y cumplir con la obligación, que le habían
encomendado. Pedrito era un chico agradable, veraz, amigo de los amigos y de
los que lo son menos, pues también.
Se llevaba bien con
casi todo el mundo y es que este chico tenía sangre especial en su corazón, que
le llevaba a tratar de ayudar a la gente en lo que estuviese en su mano, en
cada momento.
No creáis que Pedrito era hijo de un Rey, por tener sangre
especial que se puede confundir con la sangre azul, propia de los reyes´. Pues
no, nuestro protagonista era un trabajador nato, que le gustaba su trabajo.
La gente lo veía como un vividor, porque se lo encontraban
por todas partes y es que la gente no sabía cúal era su faena, que llevaba con
ainco, pero a pesar de todo, las personas veían en él un vago, un vividor y
hasta le ofendían y le pegaban.
La realidad es que le tenían envidia, porque sus ojos no
veían la tarea, la tarea que el chico realizaba las 24 horas del día.
Moraleja: si quieres agradar a la gente, solo tienes que
hacer lo que ellos ven bien y ser tú un monigote de los demás.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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