Está bien tener buena educación, pero a veces, nos molestamos
por muy poco. En el autobús, nos rosa un señor y ya estamos molestos, porque
qué se habrá creído ese tío.
No nos saluda alguien, que tiene por costumbre hacerlo, porque
no se habrá dado cuenta y ya estamos pensando mal. No es obligación el saludar
y menos si uno no se ha dado cuenta.
Nos mira alguien porque cree conocernos y ya estamos
molestos, porque qué querrá de mi esta persona. A lo mejor es que tengo monos
en la cara y no me he dado cuenta yo.
Alguien se cuela en la cola del autobús, porque no se habrá
dado cuenta y pensamos que tiene mucha cara y, a lo mejor, lo ha hecho sin mala
intención. Si acaso se le dice y basta.
Es mi cumpleaños o mi onomástica y no me felicita nadie. No
siempre está uno al loro de fechas y días y, sin querer, ha dejado sin
felicitar en el día más señalado para aquel, el cual se enoja por el olvido.
Se saluda a una persona que no se conoce, el cual se molesta
qué se habrá creído ese que yo tengo que saludarle y no lo conozco de nada. Que
lo salude su abuela. Y es que somos unos malos pensados y ante un gesto amable,
nos sentimos molestos.
Con el coche, salimos de una calle sin preferencia y nadie
nos da paso. Ya pensamos que alguien podía esperar un poco y dejarnos un
huequecillo, para que nosotros podamos incorporarnos a esa otra calle. Quizá es
que no se ha dado cuenta o que llevan demasiada prisa para cedernos el paso.
Hay que perdonarles.
En el bar. Llegamos y esperamos que nos atiendan y no lo
hacen. No hay que pensar mal. Quizá es que hay demasiados clientes y el
camarero no da abasto, para servir a tanta gente.
Debemos siempre de tener un poco de paciencia. A lo mejor ni
tenemos prisa si quiera.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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