Se cuentan por millones y parece que nadie se da cuenta que
están ahí, pasando hambre, sed, frío,
calor, falta de medicinas, un techo que los cobije, una cama para dormir y
todas las necesidades habidas y por haber y nadie nos acordamos de ellos.
Son personas como nuestros hijos y mueren y sufren cada día
por falta de un trozo de pan, que a nosotros nos sobra y que tenemos medios
para hacérselo llegar, por muy recóndito que sea el lugar donde viven.
Están en la tierra y son pequeñitos hermanos nuestros y no
nos acordamos de ellos. Vivimos felizmente, pues nada nos falta y andamos
nuestro camino equivocadamente, sin mirar para atrás, ni un solo día de
nuestras vidas.
Hay organizaciones que se dedican a ayudar a los más necesitados,
pero necesitan medios, o sea, dinero para realizar su trabajo, que lo hacen sin
ánimo de lucro. Nosotros, todos, podíamos poner un poquito de nuestra parte
para ayudar a estos niños, tan dulces como los nuestros.
Los gobiernos de los países ricos, entre ellos. Entre, entre
ellos España, podían dar del Producto Interior Bruto un poco para paliar las
necesidades de estos niños, que no tiene culpa de haber nacido en un país
pobre.
Imagínate que son tus hijos. Te gustaría que alguien les
diera algo de comer ¿No? Pues como si lo fueran, son hijos pequeños de Dios,
que no los olvida y que sufre por ellos mientras nosotros vivimos felizmente
comiendo ricos manjares, buena bebida y bajo un techo de reyes. Pues lo mismo
son aquellos y se merecen lo mismo.
Es cuestión de desprenderse de algo y dárselo a ellos que
tienen que comer, como nosotros, todos los días. No nos moriríamos por eso y
ganaríamos en valores morales, que valen más que el oro.
Somos ruines ya que no somos capaces ni de dar una pequeña
moneda a un pobre, que pide en una esquina, esperanzado en nosotros, en que se
abra nuestro corazón.
No lo dudes y empieza hoy mismo a ser solidario.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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