viernes, 2 de noviembre de 2018

MI PADRE


Con casi noventa años se levanta todas las mañanas, se lava, se afeita, desayuna y se va a dar un paseo. Ayuda en casa a pelar patatas, picar calabaza, lechuga o a hacer un gazpacho.
Al mediodía no se echa la siesta y se acuesta siempre a las diez de la noche. Se levanta antes de las ocho, para estar preparado cuando venga la asistente a ayudar en casa. Con trabajo, pero se levanta.
Siempre ha arreglado las cosas que se rompían en casa y todavía le mete mano a alguna cosa. Lo mismo hace obra, que pinta, que arregla un grifo roto. Pero está ya muy mayor y las fuerzas le faltan.
Hoy, domingo ha estado con mi hermano en su casa del campo, ayudando claro. Han comido allí y ha venido cansadísimo. A pesar de todo se ha echado una partida al dominó conmigo.
El tío tiene más fe que yo. No se asusta de nada. Le gusta hablar conmigo mientras vemos la tele. Es un as en una baraja que está ya viejecita. Pero él sigue adelante y lucha todo lo que puede.
Su profesión es albañil, pero ha trabajado duro en el campo y aun no tira la toalla. Hace todo lo que puede y más. Ayer estuvo pintando un ratillo, ayudando a mi madre, que también está un poco pocha.
Cuando era más joven, conducía uno de los varios coches que ha tenido. Por momentos, hace años, pensó en dedicarse a dar portes, con una furgoneta que compró, pero no dió resultado.
Lo suyo ha sido la albañilería. Ha hecho una casa con tres plantas, con piedras y barro, hace muchos años.
Todavía hace sus trabajitos, pero ya no puede el pobre. Está más quemado que la pipa de un indio.
A pesar de todo vive cada día. Hace lo que puede y luego se sienta. Es un león viejo, cansado pero no se rinde.
Dios quiera que nos dure muchos años y que lo lleve bien.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.

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