Sus compañeras se reían de ella porque decían que le afeaban,
que tenía la cara manchada y se burlaban de ella. Fue creciendo y se convirtió
en una muchacha pecosa, pero agradable a la vista de los jóvenes. Por cierto
que tenía muchos pretendientes.
Sus amigas la envidiaban porque era más apañada que ellas.
Los jóvenes la pretendían y uno llegó a ser su novio. Se casaron y tuvieron
hijos y su marido la quería.
Vivian felices, mientras que las amigas no tenían ni novio,
los muchachos no se fijaban en ellas porque eran envidiosas y malas chicas.
Preferían a otras que no fuesen tan bonitas y que tuvieran valores morales,
como la amistad, el cariño, el amor…
Pasaba el tiempo y las muchachas seguían solteras y sin
compromiso. La suerte no las acompañaba porque su carácter era rudo y
malintencionado. No tenían buenos sentimientos. El amor no rondaba en sus
corazones, vacíos de cariño.
La envidia corroía sus corazones y las hacía tener malos
sentimientos. No soportaban que aquella a la que llamaban fea, tuviese más
suerte con los chicos que ellas.
Entretanto, la pecosa vivía feliz con su marido y sus hijos,
viéndoles crecer en armonía. Les incurcaba que nunca se riyesen de nadie y que
no tuviesen jamás envidia. Que fueran buenos chicos y que no ofendiesen a
nadie.
Viendo esto, las demás muchachas, se propusieron cambiar sus
vidas y se volvieron simpáticas, agradables, risueñas y el rencor abandonó su
corazón.
Los chicos, viendo esto las enamoraron y se casaron con
ellas. Tuvieron hijos y ya nunca más se riyeron de nadie, ni había sentimientos
malos en sus corazones.
No te rías de nadie que la vida da muchas vueltas y te puede
ocurrir como a estas chicas presumidas.
Que el amor y el perdón habite en vuestro corazón.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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