No es aquella que tiene un bello rostro, ni un agraciado
cuerpo, ni siquiera aquella que tiene que enseñar su cuerpo (escote, hombros
espalda, ombligo, piernas…), para agradar a un apuesto hombre.
Para mí, más bien, es aquella que tiene bonitos modales, una
bella moralidad y que, con una sola mirada, es capaz de cautivar el corazón del
hombre que es muy hombre y que busca una mujer a su medida.
Tampoco es la que tiene que pintorrearse la cara, echarse
caros perfumes, pintarse las uñas, ni andar con desdén. Ni siquiera tiene que
salir a la calle provocando. No le hace falta, nada más que su bella moralidad,
su instinto de mujer y su voz cautivadora de hembra, que llama al macho sin
hablar, sin mediar palabra.
Cuando el don de hablar, al contestar el saludo de un hombre,
se hace presente, vibra el corazón de este, que cae rendido ante sus cabellos,
en el mar del amor, que hace suspirar a ambos y seguidamente viene el
enamoramiento.
No hay que correr, que ella, que él no se escapa. Están ambos
ahí en su casa, por la calle y van irradiando calor humano, por donde quiera
que van y sus vidas se harán una sola, el día que decidan hablarse mutuamente,
cuando llegue el AMOR.
Parezco un romántico, y por muchas vueltas que le des, no es
que lo parezco, es que lo soy. De esta forma me ha traído mi madre al mundo. Y
mi padre, que os voy a decir de él, pues nada, que es muy bueno y que algo tuvo
que ver.
La niña es niña, desde la pubertad, hasta que es anciana. Lo
demuestran su cara y su voz. No lo puede negar ninguna, son chiquillas toda su
vida, lo que es gozo para el hombre que lo es.
Ya lo dice el refrán: “la suerte de la fea, la bonita la
desea”. Que razón tiene, sin desdeñar a las guapas, que a todos se nos van los
ojos detrás de ellas, por si fuera una de ellas, nuestra pareja para toda la
vida, tener hijos con ella y envejecer juntos.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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