Apenas contaba diez años y ya lucía una barba esplendorosa.
Para evitar ser barbudo se tenía que afeitar dos veces al día. Era el niño de
un cuento, sacado de la mente de alguien
que conoce bien el ser humano.
Se afeitaba y a las tres horas, tenía una barba como de dos
días, en una persona normal. Era un caso para contar este. Sus padres decían
que esto no era normal, que qué tendrían los genes de aquel afamado chiquillo.
Lo raro es que el bello de todo el cuerpo no le creciera
igual, sino sería una especie de hombre-lobo, peludo por todo el cuerpo.
Su remedio, o llevar barba gigante o afeitarse dos veces al
día. Ninguna de las dos cosas, son muy normales, por lo que el muchacho se
encontraba en una difícil situación.
Si le da dos besos a un familiar, le cepilla el traje
automáticamente. O era muy hombre, o la naturaleza le había dotado de una barba
de postín, para lucirla o bien, afeitarse.
Yo creo, que por la cuenta que le trae, va a gastar más en
cuchillas de afeitar y jabón espuma, que es mejor que se deje crecer su barba.
Siempre que esta no crezca exageradamente y le llegue por la cintura.
Lo que no se es como va a tomarse las tostadas, con tal
barba, ni con la mantequilla para arriba, ni con la mantequilla para abajo, porque
la criatura tiene pelos para dar y regalar.
Si se la deja crecer bien, cuando se la recorte, bien puede
hacer un felpudo, más suave que si fuese de visón o podría dedicarse a hacer
abrigos de pelo. A la velocidad que le crece el “bello”, bien podía poner un
negocio de los citados abrigos y venderlos por las tiendas de moda.
Tendría gran éxito y ganaría mucho dinero. No es esto de la
barba un castigo de la naturaleza, sino un regalo.
Si te topas con él, seguramente te pedirá para cuchillas de
afeitar. No las des, dile que se dedique a los negocios, que ganará mucho más y
hará el bien a la humanidad.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario