viernes, 6 de diciembre de 2019

UNA PERRITA CAZADORA


Esa era la mía. Le encantaba ir al campo y oler los rastros de los conejos. En una ocasión me pilló uno y me lo trajo. Había tres perros, pero ella lo traía en la boca. Le dije que lo soltara pero ya estaba muerto.
Todos los días, dos o tres veces la sacaba a pasear. Cuando me veía se volvía loca, mucho más si llevaba una bolsa con trocitos de pan, que era lo que ella comía.
Yo la sacaba siempre suelta, confiaba en ella. Tan solo se me escapaba cuando estaba en celo y es que la naturaleza es sabia y ella no iba a ser menos.
En una ocasión se metió por un vallado de un chalet y no podía salir. Yo la llamaba pero no podía salir. Fui en busca del dueño, que me dejó entrar y recogerla, por lo que le estoy muy agradecido.
Contra más lejos la llevaba, más le gustaba. Acudía siempre a mi llamada o silbido y era muy noble.
Tenía yo también una gata con la que hacía buenas migas. Se tendía la perra y en medio de sus manos se tendía la gata. Para lo que no se prestaba es a la hora de comer. Gruñía a la gata, vamos que no compartía su comida.
Tuvo una vida corta, pues un perrazo la mordió en las tetillas y cogió infección y se murió.
Yo la llevé al veterinario, pero ya era tarde. Murió en mis manos, cuando la bajaba de la mesa de reconocimiento del veterinario.
Yo lloré por ella y la llevo en el corazón.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.

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