Había una vez un hombre rico, pero que no tenía amigos. Vino
a encontrarse con un pobre, que no tenía para comer. “Buen hombre, me daría
usted una limosnita que no he comido y son las dos de la tarde.
Al rico le agradó como tan humildemente le pedía para comer.
El rico le dijo: ”ven conmigo, yo te doy de comer a cambio de tu amistad y que
seas para mí como un hijo”.
El pobre accedió encantado y tras llenar la panza, se fueron
a casa del rico, que vivía solo. Le dijo el rico: “todo lo que tengo lo
compartiré contigo solo a cambio de tu amistad, que me seas leal, y compartas
tu vida conmigo”.
Al pobre se le abrieron los ojos y dijo para sí: “esta es mi
oportunidad, yo le seré fiel y el correrá con mis gastos”.
El rico solo le pedía al pobre que le hiciese algunos
recados, pues es de saber que él estaba ya un poco achacoso. El pobre no tuvo
ningún reparo en complacer a su benefactor y hacía, con esmero, lo que le
mandaba.
Nunca se le ocurrió quedarse ni con un solo euro de lo que el
rico le confiaba para comprar comida y hacer sus recados.
La luz vino al mundo para este pobre pedigüeño, que hacía con
esmero lo que el rico le mandaba.
Lo vistió con elegancia, lo calzó, le dio techo para que
viviese con él, tan solo a cambio de que le hiciera compañía. Vivían en
armonía, no como pobre y señor, sino como dos buenos amigos.
Y vivieron largos años, con la luz del pobre y el dinero del
rico.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario