Nadie lo echaba en ver porque era una persona normal. Tan
solo aquellas personas buenas que se topaban con él, lo reconocían como alguien
especial.
No está aquí por gusto, ha venido a regir, los
comportamientos de los hombres para sus prójimos.
No era nadie especial con un brillo en los ojos que le
delatase, era una buena persona, con sus prójimos y su corazón latía a un ritmo
inapropiado para este mundo.
Tenía su familia como todos la tenemos y ni ellos sospechaban
de aquel ángel que se paseaba por las calles.
Era duro de pelar y tierno a la vez. Calaba los corazones de
las personas y sabía si eran buenos o malos. No ha venido a juzgar a nadie,
sino más bien, a enderezar caminos torcidos.
Por las buenas muy bien, pero por las malas es una fiera, que
saca sus garras y destroza a quien quisiera hacerle daño. La furia de su
espíritu le guarda de la mala gente.
No es ni más ni menos que nadie. Es un obrero de Dios que se
pasea por nuestras calles, puniendo orden y paz.
Sencillo como él solo, pero tigre en celo, cuando uno quiere
quitarle su pareja. Sus afiladas garras destrozarán a quien se ponga en medio
de él y un amigo.
Todos lo conocen, pero no saben quién es ni cual su misión en la tierra. Ni su propia
madre sabe el destino de su hijo, pero las mujeres con su sexto sentido se
imaginan cosas parecidas a la verdad.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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