Había una vez una persona mayor que le gustaba mucho
controlar a sus hijos y nietos. No era mala, pero si muy pesada con sus
consejos para sus descendientes y es que su gran experiencia en la vida, la
hacía ver de una forma distinta las cosas.
Sus hijos tanto como sus nietos la querían mucho, pero no
siempre estaban de acuerdo con su visión de la vida.
Sus hijos, al igual que sus nietos no siempre estaban de
acuerdo con los consejos que aquella mujer les daba.
Lo que no quiere decir que la señora tuviera razón. Sus
vivencias eran muchas y las cosas de la vida son, más o menos las mismas.
Tenía razón cuando les decía que no fumasen, que no bebieran
alcohol, que se llevasen bien con la familia, que educasen bien a sus hijos,
que no fueran intolerantes, que no fueran derrochadores, que tratasen bien a su
pareja, que fuesen amables con la gente, que visitaran a la familia o a alguien
que está enfermo y un sinfín de consejos que casi nunca seguían.
Ella siempre dió y da mucha libertad a sus hijos, confía en
ellos y no es de estas que los quiere debajo de su falda, pero quiere que sean
conscientes de la vida, que sean responsables y que miren por el dinero.
Ahora que está mayor y las fuerzas le faltan, le gusta que la
ayuden, que estén por ella y no le den muchos sufrimientos. Bastantes lleva ya
vividos en su larga existencia. En su niñez pasó falta de comida, de ropa y
calzado y trabajaba mucho para comprarse unas alpalgatas, por ejemplo.
Debíamos de respetar más a nuestros mayores, que ellos han
vivido muchas cosas, han trabajado mucho y pasado mucha falta y ahora tenemos
de todo sobrado y no lo sabemos apreciar.
Debíamos de quererles más, darles nuestro cariño, que ellos
han pasado falta por dárnoslo a nosotros.
Deberíamos ponerles en un pedestal, que a buen seguro, se lo
tienen más que ganado.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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