jueves, 3 de enero de 2019

EL NIÑO DE LA CORBATA


Nació en el seno de una familia señorial y desde corta edad, sus padres, le obligaban a llevar corbata, por aquello de la posición social que ocupaban en la clase alta de la sociedad.
El niño era infeliz, porque no podía jugar con sus amiguitos, porque se ensuciaba y sus padres no querían. Vivía apartado de la sociedad por culpa de sus padres, que eran muy dominantes.
Sus compañeros le invitaban a jugar con ellos, pero él se negaba aludiendo a que “no le gustaba”, sabiendo aquellos que era por culpa de la dichosa corbatita. No tenía por tanto amigos, solo sus dominantes padres que no sabían lo que hacían y que eran culpables de la infelicidad de su hijo.
La vida les castigó haciéndoles fracasar en sus negocios, que se vinieron abajo y perdiendo la clase social que tenían antes. Ahora no tenían escusa para hacer llevar la corbata a su hijo, porque pasaron de señoritos a simples trabajadores, que dependían de su salario.
El niño dejó de llevar corbata y ya podía jugar con sus compañeros. Era feliz como la vida misma, tenía amigos y progresó en sus estudios.
Los profesores le querían, le ayudaban e hizo una buena carrera de juez y ahora era él el que decía lo que tenían que hacer los ricachones con sus hijos.
Era justo en sus deliberaciones y la gente lo quería. Se casó con una buena mujer y tuvieron cuatro hijos, dos niños y dos niñas a los que inculcaron una deliciosa educación y respeto hacia los demás.
Solo se ponía la corbata cuando se ponía la toga para enjuiciar a algún  presunto culpable de un delito. Tendía la mano a sus enjuiciados y no era duro en sus veredictos.
Sus hijos crecían felices en el seno de una familia medio-alta que le inculcaba el respeto y el buen hacer para los prójimos, que eran todas las gentes que se encontraban con ellos.
Ojalá que ningún niño se vea en la situación en que se vio este pequeño.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.

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