Se habla mucho de religión, sobre todo en el ambiente de las
parroquias, pero quién hace lo que el párroco dice. Prácticamente nadie. Van a
misa a cumplir con su ansiedad del alma.
Había una vez un chico que en verdad trataba de hacer lo que
su Padre quería, el bien sin mirar a quien. Esto es difícil en una sociedad
como la nuestra, que busca solo el bien personal. Este chico procuraba portarse
bien con sus conciudadanos, por bien propio y de la gente que lo veía, que
trataban de imitarle, pero no lo conseguían porque no tenían motivación en sus
adentros.
Este chico era un don nadie, no era nada para la gente, que
lo miraba con desden, porque lo veían como a un tonto que no sabe lo que se
hace.
A él le daba igual y seguía su lento, pero provechoso caminar
en medio de un mundo que no tiene corazón ni agallas de luchar por un mundo
mejor, más humano y servicial.
Su forma de entender la religión era distinta a la de los
demás. Hacía oración por él y por sus hermanos para que Dios se volcase por el
mundo, que no le hacía caso. Cada uno iba a lo suyo, a pesar de que se daban
cuenta de que las cosas no marchaban bien.
El ser humano es testarudo y cuando piensa en hacer una cosa,
la hace a pesar de los pesares. Le importa un bledo las consecuencias. A pesar
de ello mira con lástima a su alrededor, sabiéndose culpable de lo que está
pasando, pero un mal sentimiento hace que no rectifique.
El chico en cuestión lloraba sin que las lágrimas viniesen a
sus ojos, porque la fuente de sus ojos se había secado y además tenía que vivir
su vida, de una forma u otra no tenía poder suficiente para poder cambiar el
mundo, que seguía su mal caminar errado por la avaricia y los bienes mundanos y
el no saber qué hacer. La única forma
que tenía este chico de cambiar esta sociedad corrupta, es dar ejemplo, para
que los demás lo imitasen.
Tú que lees estas líneas, pon un poco de tu parte para ayudar
a este chico, que se siente incomprendido.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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