Érase una vez una niña poco agraciada. Sus compañeros se
mofaban de la que era más gentil que ellas. Tenía buen corazón. Creció y se
hizo una mujercita y un apañado hombre se enamoró de ella, el cual la hizo
dichosa, la quería mucho.
Tuvieron varios hijos que eran su felicidad, mientras que sus
compañeras guapas, no se comían un rosco. La envidiaban a más no poder por la
suerte que había tenido y estas seguían solteras porque nadie se fijaba en
ellas.
Los hijos de la pareja crecieron con una dulce enseñanza que
les prodigaban sus padres, que sabían lo que era la envidia, la codicia y el
mal hacer de la gente de este mundo.
La que era la fea se convirtió en una reina, porque era feliz
con su familia. Todos estaban unidos y daban ejemplo a los demás con su cariño
y su forma de vivir.
La vida les sonrió y tenían bienes suficientes para vivir y
no pedían más. Tan solo felicidad y estar siempre unidos como ahora. Juntos
contribuían a cambiar el mundo.
Quiso Dios que todo le fuera bien y la fea se convirtió en
princesa de un mundo que vive separado, cada uno con lo suyo, no queriendo
saber nada de nadie. Ellos eran serviciales y amigos de todo el mundo, el cual
les quería.
La belleza, está visto, no lo es todo en la vida. La belleza
del alma es un don,es lo que cuenta, que no todo el mundo la tiene. Cada cual
tenemos un don, que no debemos desaprovechar. Altos y bajitos, buenos o malos,
feos y guapos, todos tenemos nuestra misión en este mundo.
A veces un desconocido nos hace un favor que no nos lo haría
un miembro de nuestra propia familia.
Confórmate con lo que la vida te depare. Lucha por ser bueno
para todos y sobre todo no seas envidioso.
Está visto que la belleza, a veces, está reñida con la
suerte. Pide salud antes que dinero.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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