martes, 31 de julio de 2018

UNA CUNA DE ORO


Se merecía ese niño y, sin embargo, Él y su Padre quisieron, que viniese al mundo en la más absoluta humildad. Nació en una cuadra, del vientre de María, virgen, y por obra y gracia del Espíritu Santo.
Nació en belén de Judá, donde fue llevada María, embarazada, llamados por el Rey de Israel, para hacer el censo. Como no había posada en el pueblo, vinieron a hospedarse junto a mulas, asnos y algún animal más. Fue aquella noche cuando llegó el momento de dar a luz.
María dio a luz un hermoso bebé, primogénito y único hijo, que como nació, vivió toda su vida. Él habría de llamarse Rey de los Judíos, no era servido, sino que vino a servir a su pueblo y por extensión a toda la humanidad. A todas las generaciones venidas y por venir, desde el principio de los tiempos, hasta el día del Juicio Final.
Creció en el más absoluto anonimato hasta los doce años, cuando leyó (téngase en cuenta que Él no fue a la escuela), un pasaje del Antiguo Testamento, ante los prelados de la Sinagoga, los que quedaron asombrados de la inteligencia de aquel niño y de como interpretaba las Escrituras, que un día el Profeta Esdrás, reunió en un libro.
No fue hasta los treinta y tres años, cuando Jesús eligió a sus Apóstales, después de las bodas de Caná , donde por deseo de su madre, convirtió el agua en vino, pues se le había acabado y resultó ser mejor vino que el que ellos tenían.
Desde Pedro hasta Juan, pasando por Andrés, Judas Tadeo y Judas Iscariote (el que le vendería después por doce monedas). Jesús fue eligiendo a sus doce Apóstoles, uno por cada una de las tribus de Israel de aquellos tiempos.
Predicó la palabra de Dios, para que viniéramos a ser redimidos todos los seres humanos. De ello se encargarán los primeros doce Apóstoles y por gracia del Espíritu Santo, todos los Apóstoles que ha tenido y tiene la Iglesia, desde Jesús hasta nuestros días y tendrá en los tiempos venideros para la salvación de todas las almas buenas.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.

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