Después de una larga jornada de trabajo o actividad, caemos
en la cama como troncos. Ahora, en verano, gusta menos la cama, por el calor,
pero en invierno se está la mar de a gusto, bajo las mantas en nuestra camita.
Es la mar de cómoda y no la cambiaríamos por otra cualquiera.
Yo duermo 7 horas o 7 y media y, al medio día me echo una siestecita de ½ o una
hora. Mi psiquiatra y mi enfermero dicen que, para mi edad, está muy bien.
Todas las noches dormimos, aunque estemos de vacaciones y nos
acostamos tarde. Al final caemos rendid@s en la cama. Hay quien cuando no
duerme en su cama, no lo hace bien. Se dice que la extraña. Yo no, duermo bien
en cualquier cama. Al dormir, todas las noches y aunque no nos demos cuente,
soñamos. Unas cosas agradables y otras malas o pesadillas. Son siempre cosas
relacionadas con las vivencias que hemos tenido ayer o en los últimos días.
Dormimos a placer, o como suele decirse a la pata llana, que
es un vulgarismo, pero que viene a expresar, que lo hemos hecho bien.
Podemos estar una noche sin dormir, pero al final, caemos
rendidos. De noche se duerme mejor que de día. Lo digo por los que tienen que
trabajar nocturnamente.
La oscuridad de la noche hace que durmamos mejor, al no haber
luz. Hay quien le gusta quedarse dormido con la luz encendida, pero esto es un
error, ya que se concilia más bien el sueño a oscuras.
Además de ser una necesidad, nos gusta dormir, porque
descansamos y nos olvidamos de los problemas diarios. Sin embargo, no hay que
abusar de la cama porque esto nos haría unos vagos.
Hay quien, antes de dormir, le gusta organizar juegos en la
cama, con sus hijos o su pareja y luego a descansar.
Y por último, los que tiene pareja, la cama es para ellos es
su nidito de amor, donde practican el sexo, juegos eróticos y es donde encargan
sus hijos a la cigüeña.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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