Son esencialmente su mente emprendedora y su sabiduría sin
límites. Su espíritu aventurero y su ansia por conocer que hay más allá de lo
buenamente alcanzable.
Sin estas cualidades, el hombre no sería nada, un muñeco que hace
lo que le mandan y nada más. Pero el hombre no es así, le inquieta lo
desconocido y progresar en los inventos que se hacen cada día. Quiere ir más
allá de lo que parece el fin. Quiere ser más grande, más fuerte, más alto…
Es terriblemente ambicioso. Quiere conseguir ser el mejor y
para ello juega con el cuerpo que Dios le ha dado, a todo juego o aventura
imaginable. Ello le lleva a inventar cosas nuevas, a vencer nuevos retos, a
navegar por el mar, a subir a la montaña, a buscar la luna y las estrellas…
No todo lo consigue, pero si buena parte de ello. No se rinde
ante nada, no se asusta de nadie, ve más allá de lo conocido.
Explora el mundo y su mismo cuerpo, viaja al fin del mundo,
busca su bien en lo desconocido, se acerca a las estrellas legendarias.
Se sube a una rueda y hace una montaña con ella, de un tronco
hace un barco para cruzar el océano, de una pila hace una lámpara, juega con el
fuego y hace armas para cazar.
Recorre el mundo entero y le parece poco. Salta de la tierra
y se va a la luna y sigue su camino.
No olvida a su familia, pero a veces la abandona buscando
aventura. El mal es mucho, el bien es poco, por eso busca más y más. Se
regocija con su pericia, a la que no dan crédito sus ojos.
No ahorra en experimentos, busca rastrea e indaga por la
tierra y por el mar. De ahí sus múltiples inventos, cada vez más perfectos.
Hay una cosa que le inquieta y preocupa: el principio y el
fin de la vida. No se conforma con vivirla, quiere vencerle y seguir viviendo
siempre. Obviamente esto no es posible y no tendrá éxito en su búsqueda.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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