Había una vez una bruja, de las de pañuelo negro y escoba,
que todas las cosas le salían mal. Quería el mal de las gentes, pero cuando se
ponía a embrujar a alguien, todo le salía mal.
Pensaba la bruja que aquello no era normal, que no podía
hacer sus fechorías. En una ocasión quiso llevar por los caminos del mal a un
hombre de bien, el cual, tras el hechizo, se volvió más bueno y caritativo con
sus prójimos, que eran muchos.
Ella se obstinaba en ser mala, pero no lo conseguía y es que
su destino era ser princesa y no bruja. No se lo creía, pero cuando fue
empezando a hacer el bien, se sentía dichosa, alegre y feliz y abandonó el
pañuelo y la escoba, para cambiarlo por un vestido de bella princesa, querida
por todos.
No tardó en salirle novio, un apuesto príncipe de un reino
cercano, se enamoró de aquella guapa princesa y la pidió en matrimonio. A lo
cual ella aceptó, entre sorpresa y admiración.
Sorprendida por el cambio tan radical que había dado su vida
y admirada porque aquel príncipe la acogiera como esposa, sabiendo de su pasado
y es que hay que perdonar.
No tardaron en casarse y fueron a vivir al castillo del padre
del príncipe, que era muy señorial. Nuestra protagonista no acababa de creerse
el cambio que había dado su vida: de bruja mala
a princesa buena.
Poco después se quedó embarazada de su primer hij@, que
esperaban con paciencia sus padres y también el Rey, que aceptó a su nuera
sabiendo su pasado.
El Rey se sentía satisfecho con su primer nieto, que fue un
niño, ya que así tenía la sucesión al trono. Después, la pareja, tuvieron más
hijos e hijas, que llenaron su vida de alegría.
Años después el Rey murió y el príncipe y la princesa se
convirtieron en Rey y Reina de un bonito país y es que nadie sabe lo que nos
puede deparar el futuro.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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