Les debemos gran respeto y admiración, por habernos criado,
tal vez, en condiciones precarias, sin medios, ahorrando un chavo para darnos
de comer. Trabajando de sol a sol, para ganar una miseria.
Les hemos de tener cariño, porque con sus vivencias, nos
pueden aconsejar, guiarnos en esta vida, que ha cambiado mucho, pero lo
esencial no ha cambiado: el cariño, el llevarse bien, los buenos modales y
sobre todo el amor por nuestros más allegados.
La vida es un pis pas, que se pasa volando, debemos vivirla
de la mejor forma posible, para que, cuando seamos mayores, nos respeten. Igual
que nosotros habemos de respetar a esos viejecitos, que con cariño, nos
orientan y nos guían por el mejor de los caminos.
60, 70, 80, o 90 años pueden tener nuestros padres o abuelos
y nosotros debemos respetarles como si fuesen centenarios, porque ellos han
vivido lo que nosotros estamos viviendo ahora y de antemano saben lo que nos va
a ocurrir, cuando tomamos una decisión, por eso mismo, porque ellos han vivido
las mismas situaciones.
No importa que en sus tiempos no hubiera móviles, ordenadores
o coches de última tecnología, la vida fue, es y será la misma, aunque ellos
fueran en burro y su colchón fuera de lana de oveja o incluso de paja.
No nos debe importar que, a veces, se pongan chinchosos. Sus
huesos han trabajado duro y ahora les duelen y, por tanto, se quejan. De ellos
debemos aprender, para que el día de mañana no nos duela todo y seamos unos
valdaos como lo son ellos.
Que la luz del sol no se apague en nuestras almas, que brille
en todos como una lámpara incandescente y sepamos guiar a nuestros hijos, igual
que ellos nos tratan a nosotros y seamos luz del mundo, que buena falta le
hace.
Amemos a nuestros mayores, que no tengamos que decir, cuando
se vayan, que buenos y dulces eran mis padres.
Que vivan nuestros mayores, que son lo mejor del mundo.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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