El bueno era una persona que a todo el mundo ayudaba. Daba
limosna y se congratulaba, con las personas que lo pasaban mal. Era de pueblo,
pero hace largos años que vivía en la ciudad. Era un hombre de mundo que le gustaban
las cosas bien hechas.
No había quien le ganara a bonachón y persona con buenos
modales. Se reía de las personas malas, porque le parecían tontas y de mal
gusto. Su lema era el amor para todos y luchar contra el mal con todas sus
armas, que eran la bondad y la lealtad.
Le gustaban las cosas bien hechas, a conciencia y odiaba la
maldad y la gente que la profesaba. No quería que hubiese mal en el mundo, pero
esto es muy difícil de conseguir, porque somos unos pocos luchando contra una
legión de personas abocadas al mal.
El feo era una persona, ciertamente poco agraciada, que la
gente se mofaba de él, pero era fuerte de cuerpo y espíritu. No le asustaban
los matones y las personas de mala fe. Le ponían apodos degradando a su
persona, diciendo lo feo que era.
No se alegraba de los males del mundo, sino que luchaba
contra ellos. El silencio ante una injusticia, era la forma de luchar de esta
persona. No se ponía a favor de las personas que profesaban el mal, sino al
contrario, luchaba contra ellos con sus armas de hombre.
El lento era una persona tranquila, como su propio nombre
indica. Se dedicaba a observar a las personas y sus fallos y aciertos. No tenía
prisa porque el tiempo pasara. Él vivía en su mundo, lejano de esta sociedad
austera. Su lema era más vale tarde que malo. Es preferible esperar lo bueno,
que conformarse con lo malo.
Da la coincidencia de que, estos tres personajes eran uno
solo, una sola persona tenía esas tres cualidades. Unas más buenas, otras
regulares, pero ninguna mala.
Era un hombre de bien que gustaba de la perfección de las
personas en un mundo imperfecto.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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