“Daría todo lo que sé por la mitad de lo que ignoro”, decía
un afamado científico y yo le digo que hay que conformarse con la sabiduría que
tiene uno. Cada cual entiende de sus cosas, de su trabajo, de su dedicación y
es sabio en ellos. Cuanto más trabajos más sabio.
La sabiduría nos la ha dado Dios para que la usemos, con
nuestra familia, en el trabajo, con los amigos y conocidos. Hablando dos
personas, juntan sus conocimientos y se hacen, mano a mano, más sabios los dos.
No hay que ser acaparador y querer ser el mejor del mundo,
ese lo es el más insospechado, que anda de acá para allá sin presumir de nada.
Se limita a hacer su trabajo lo mejor que sabe y no presuma con nada ni con
nadie. Es un personaje polifacético, que dedica su vida a los demás. Puede ser
una persona que pasea tranquilamente por las calles, saludando a todo el que se
precia. Da lo que tiene a los que se lo
piden, sin dejarse engañar por mucho pillo que haya por ahí suelto.
Se deja aconsejar y aconseja a quien lo pudiera necesitar. Se
deja aconsejar porque se siente inferior y aconseja a los que lo puedan
necesitar, que son muchos por las calles.
Todo lo que sé me lo ha enseñado la vida. Aprende tú de ella
con las vivencias de cada día, que son una escuela de maestros. Vive la vida
siendo siempre alumno, nunca maestro. El alumno vive aprendiendo continuamente
y pronto será un pequeño maestro, que nunca para de aprender incluso de sus
propios alumnos.
Ahí está el quis de la cuestión, en no parar de aprender,
porque cada persona es sabia en sus conocimientos y vale la pena aprender de
él.
El más pequeño puede
ser el más grande en los avatares de esta vida.
Todo lo que sé lo aprendí de ti, de tu proceder ante las
situaciones de la vida, que es cruel con los más desdichados y más noble con
los pudientes, cosa totalmente injusta, pero este mundo es así.
Conquistar al mundo quisiera, pero me siento tan pequeño, que
no me atrevo a poner manos a la obra.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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