Había una vez un señor que marchaba muy bien económicamente,
ya que era director de una gran empresa. Había otro que vivía de su salario y
le costaba llegar a fin de mes.
El rico disfrutaba de todos los bienes que hay en el mercado:
coche, yate, buena comida y no miraba al pobre que se las vía y se las deseaba
para poder echar su casa para adelante.
Por los debatares de la vida, la empresa de aquel gran señor,
quebró y se quedó con lo puesto, mientras el pobre seguía trabajando, lento,
pero seguro en su empresa y podía susistir.
Nunca podemos estar seguros en esta vida, pues cuando menos
te lo esperas, te da un palo que te deja pataleando. Eso le ocurrió al gran
señor de esta empresa, que tuvo que buscar trabajo como asalariado y nadie se
lo daba, por lo que se vio en un gran aprieto.
Debemos de conformarnos con lo que tenemos, siendo suficiente
para tener casa, poder comer y vestir igual que nuestros hijos. No debemos ser
ambiciosos y quererlo todo, porque la vida da muchas vueltas.
Normalmente, el pobre se conforma con lo que tiene y es feliz
así. El rico lo quiere todo para él y si se ve sin nada, lo puede pasar mal, ya
que está acostumbrado a la buena vida, a desayunar en el bar, a comer en buenos
restaurantes, a vivir como un pachá, vamos.
Con las vueltas de la vida, al pobre lo ascendieron de puesto
en su empresa y ya estaba bastante mejor. El dinero hace falta, pero el
justito.
Es mejor comer un plato de potaje o puchero que hartarse de
marisco que, entre otras cosas es malo para la salud y luego no podremos tomar
azúcar, ni comer muchas cosas, que una vez al año, no hacen daño.
Más vale malo conocido que bueno por conocer. De tal forma,
más vale un trabajo fijo, que se gane poco que un puesto donde se gana mucho,
pero que está en el aire y cualquier día puede fallar.
Paradoja: yo me conformo con lo que tengo y no pido más.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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