Había una vez un niño que tenía un defecto en una pierna y no
podía jugar normalmente con sus amiguitos. Ellos corrían mucho y él no podía
seguirles. Se sentía desplazado.
Sin embargo tenía un amigo de los de verdad que le esperaba y
jugaba con él. Tenía una cosa buena y es que era muy buen estudiante y los
profesores le querían mucho.
Los malos amigos se reían de él y le gastaban bromas pesadas.
Pero él tenía un gran corazón y los perdonaba. Seguía su lento caminar y se dedicaba
a estudiar y a jugar con su buen amigo.
Un buen día se le apareció un hada buena y lo consolaba
diciéndole que no se preocupara por sus malos amigos que se burlaban de él. Le
dijo que siguiera su camino que un buen día iba a ser bendecido con un don, que
los demás niños no tenían.
Así fue y un día estando solo se le apareció un ángel bueno
que le dijo que era el elegido para dirigir, desde la tierra al mundo. El niño.
Que estaba sentado en el suelo se levantó y siguió su camino.
Vivía en el campo, pero pronto su padre lo llevó a la ciudad,
donde conoció buenos amigos que le acompañaban y siguió estudiando y aprendió
muchas cosas de la vida.
El ángel estaba con él en todo momento y dirigía todos sus
pasos. Conoció a una buena chica y se casó con ella. Tuvieron un hijo muy guapo
que vino a llamarse igual que él, o sea Juan.
Juan quería mucho a su hijo y le mimaba y este no tenía
defecto ninguno. Era un niño listo, pero cariñoso y no quería estar lejos de su
mamá y su papá, que le compraban juguetes con el sueldo de su padre, que ganaba
bastante.
Juan era dichoso y se olvidó de su infancia infeliz con
aquellos amigos malos, que le gastaban bromas pesadas y vivió feliz junto a su
esposa en una gran ciudad, que no sabía que era el elegido por Dios para regirla.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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