A algunos no les da ni para comprársela. Los que la tienen
guardan telarañas en ella, porque tiene una ranura de entrada y un boquete
grande de salida.
Si mete algo en ella, poco después lo tiene que sacar, porque
lo necesita para cualquier cosa. Es una ruina.
La lata está más vacía que un convento de monjas, de hombres
que las custodien.
Los más pudientes, tienen la hucha llenita y no saben en qué
van a gastar tanto dinero. Que se lo den a los pobres, que estos saben bien en qué
emplearlo.
Yo no tengo ni hucha, porque si le echo hoy algo, mañana lo
tengo que sacar y no interesa.
Los gastos son más que los beneficios en la vida del pobre.
No tiene problemas de acumulación de dinero. Vamos que está siempre sin un euro
que derrochar.
Un pobre se compró una hucha y la tuvo que vender para pagar
los gastos de la casa.
¿Para qué quiero yo tener una hucha vacía? No vale la pena.
Es mejor no pensar en ello.
Es una lata no tener nunca nada que guardar, por si uno tiene
un capricho necesario.
La gracia sería tener una hucha llenita y tener que comprar
otra más grande, para poder meter los caudales. Yo no pierdo la esperanza y
espero que me toque una lotería, a la que casi nunca juego. La suerte puede
estar en cualquier esquina. Búscala.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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