En la realidad es la asistente de mi padre, porque está ya
muy mayor y ella viene a ayudar a casa, tres veces en semana. Está viniendo
desde que Flor se accidentó, hace unos meses.
Somos amigos, pero solo amigos. Yo la respeto mucho porque
está casada y tiene hijos. Mientras ella hace las cosas de la casa, yo me
preparo para irme a la asociación.
Poco a poco empezamos a hablarnos y nos tenemos mucho cariño
sano. Entre bromas y cosas serias, entablamos conversación, de cualquier cosa
de actualidad o de lo que va a hacer seguidamente.
No le gusta que le pisemos lo que ya ha fregado, pero no se
enfada si lo hacemos.
Vive lejos de casa, por lo que, a veces, me la encuentro en
el autobús hasta que yo me bajo. Ella sigue delante hacia su casa.
Vamos charlando por el camino de nuestras cosas. Ella es muy
agradable y sonriente.
Me habla de sus hijos, de su marido y de su trabajo (cuando
trabaja aquí o allí).
Se preocupa por sus asistidos, entre ellos mi padre, aunque a
veces, le protesta. Cosa de personas mayores.
Al principio de venir a casa, apenas hablábamos, pero como es
tan abierta y simpática, pronto nos fuimos haciendo amigos.
Ella me cuenta sus penas y alegrías y yo le cuento las mías.
Es mucho más joven que yo y repito que no pretendo nada de su
persona.
Somos amigos como pueden serlo dos hombres o dos mujeres, que
coinciden en la forma de pensar.
Estoy temiendo porque dice que quizá en febrero la cambien a
otro sitio, pero a la vez me alegro, porque sería más cerca de su domicilio y
eso es bueno para ella.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario