Me levanté temprano, como de costumbre, hice mi gimnasia,
salí a fumar, me afeité y duché, eché de comer a los gatos, les limpié sus
cacas y el día iba poco a poco amaneciendo con el canto del gallo.
Mis padres se levantaron a su hora y yo me fui a pasear y a
hacer la compra. El día se presentaba normal, la gente se iba a trabajar.
El día de ayer ya estaba olvidado. Nadie echaba a ver que
pudo pasar. Todos iban a sus tareas después de una jornada sin sol.
Todo se presentaba normal. Volvíamos a la rutina de cada día,
el calor del sol iba llegando. La gente se levantaba como siempre e iba a sus
tareas. Mi hermano vino a desayunar. Se presentaba un día más como reto a
nuestras vidas. Se “fueron” las estrellas y vino el sol.
No se recordaba nada de ayer ni qué pudo pasar. El mundo
continuaba su camino y nada había cambiado. El calor hacia huella en un día
normal como la vida misma. Todos estaban contentos.
Cada día que pasa deberíamos pensar que es un día más de vida
y un día menos que nos queda en este mundo. No pasa en balde y deberíamos hacer
algo por mejorar el mundo y nuestras vidas, trabajar en serio por esta vida que
se nos ha regalado y que debemos aprovechar.
Somos dueños de la Tierra y reyes de ella. Un buen rey es el
que cuida con esmero a sus hermanos y vela porque su reino sea cada día mejor,
que vivamos más en concordia, seamos hermanos de padre y de madre y no haya
rencillas entre hermanos que somos.
Que la vida continúe normal y que vayamos avanzando hacia un
mundo mejor, por llegar, pero que llegará y nos alumbrará un sol nuevo por
siempre jamás.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA .
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