LA SUERTE DE LA FEA
26-01-2022
Había una vez una muchacha que la verdad no era muy agraciada
físicamente, pero tenía un corazón de oro. Todas las muchachas de su edad
tenían novio, pero a ella no se acercaba ningún muchacho y si alguno lo hacía
era en busca de sexo. Ella se lamentaba de su mala suerte, de ser feucha. Hasta
que un día un agraciado muchacho, viéndola humilde y trabajadora se acercó a
ella con su caballo y la saludó.
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Ella no se fiaba, porque todos iban a aprovecharse de ella.
¿Cómo te llamas la preguntó? Mari Carmen, le respondió. Y tú le preguntó. Yo me
llamo Juan y ando buscando una mujer buena para hacerla mi esposa y me he
fijado en ti que eres buena y trabajadora. Si mi señor, pero yo soy fea y nadie
me quiere nada más que para aprovecharse de mí.
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No temas por eso que lo que busco es la bonanza del alma y no
una cara bonita que a las primeras de cambio, te deja por otro. Yo busco una
mujer buena, trabajadora, humilde y cariñosa, que me de hijos y vivamos felices
en nuestro nidito de amor. Si caballero, pero yo no tengo bienes ni nada que
ofrecerte. No te preocupes que yo soy rico y si te vienes conmigo te llenaré de
riquezas.
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La muchacha no se lo acababa de creer. En un momento había
encontrado a un hombre bueno y dispuesto ha hacerla su esposa. Sus amigas la
miraban con desden y murmuraban: “la mosquita muerta esa y con novio y parece
bien avenido”. La verdad es que lo que tenían es envidia, de que la fea del
condado tuviera más suerte que ellas, guapas y con dinero.
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Pasaron un tiempo de novios y pronto la llevó a su mansión,
donde no tenía otra cosa que hacer que cuidar de su marido y ser la ama de
aquella bonita casa. Dios los bendijo con muchos hijos y todos vivían felices y
sobre todo en aquella casa reinaba el amor, hasta con sus sirvientes que
trabajaban para ello encantados porque era una familia buena.
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Los niños se parecían a sus padres, eran buenos y aplicados
en sus estudios, querían a sus padres y a la servidumbre, porque el ser humano
hace lo que ve hacer y como sus padres se daban y les daban mucho amor, pues
ellos hacían lo mismo incluso con los extraños.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA JUÁREZ.
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