Se dice que solo los niños y los borrachos dicen la verdad.
En cierta manera es cierto, porque si analizamos, en conciencia, tan solo un
día de nuestra vida, podremos observar, que alguna mentirilla hemos echado.
Unas veces por quedar bien, otras porque ya es costumbre,
otras porque nos da vergüenza afrontar lo que hicimos y porqué lo hacemos,
otras por dárnosla de gracioso…
Yo sé que hay personas que no mienten, que son serias en su
diálogo, pero la mayoría miente como cosacos, tanto que hacen de la falsedad,
su forma de vivir la vida.
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Aunque parezca raro es difícil decir siempre la verdad. En
cuestión de infidelidad, por ejemplo, pensamos: “de qué forma le digo yo a mi
mujer, que me ha entrado por el ojo la chica de la faldita corta”.
Los hombres somos más infieles que las mujeres, y a ellas que
les gusta ir provocantes (porque es ley de vida ¡eh!), pues ya está, cuando
hablamos con nuestra esposa, muchas veces, tenemos que mentir, por no llegar a
discutir y a peleas con ella.
Otras veces nos da vergüenza, admitir que tenemos ciertas
debilidades. Por ejemplo, cuando nos comentan si bebemos alcohol. Contestamos:
“no de ninguna manera” y luego, cuando nos encarta, nos bebemos una que otra
cerveza o copa. Eso no es tan malo como mentir.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
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