Es la de mi amigo Pepe, perdón, D. José. La compró allá por
los años 60, cuando él vino de trabajar en Alemania. Claro con los ahorrillos
del próspero país, en aquellos tiempos de antaño.
Bueno, pues fue pasando el tiempo, subiendo su barriga y como
se pasa 12 horas al día sentado en ella, escuchado de ganar al Real Madrid,
equipo de futbol de sus amores, pues claro, un buen día la silla de marras, que
es de hierro, se rompió, pero él no quería tirarla. Llevaba ya unos meses
queriendo soldarla. Yo hice indagaciones para llevar a cabo el trabajo. Es de
saber que la carpintería de hierro está lejos de su casa y cerca de la mía
La cuestión era traerla, soldarla y después llevarla. Por fin
me decidí. Un domingo, cuando nos juntamos a comer churros, le dije a Pepito: “mira,
yo me llevo la silla. Ha llegado la hora. En el bus, de la forma que sea, yo me
la llevo y ya te la traeré”.
Era importante que no valiese más el collar que el perro, o
sea que no costase muy caro el trabajo. Me traje la silla el domingo y el lunes
salí con ella y la llevé a la cerrajería. El cerrajero no se aclaraba y no me
podía decir cuánto costaba. Entonces le dije: “mira, arréglamela bien y ya
veremos cuanto me cobras”. “es que no soy yo, sino el patrón, que viene poco
por aquí, quién tiene que decir cuánto cuesta”, me dijo.
“Bueno”, le dije yo, si no vale una barbaridad, arreglármela,
hazlo”. Los vecinos se reían cuando me veían silla para arriba silla para
abajo, diciendo: “¿Qué la llevas para echar un descanso cuando eches el paseo? “Si”
les contesté a ellos.
Me llegué al mediodía, el patrón no había venido, pero el
operario se enrrolló conmigo y, bajo cuerda, me la arregló por lo que yo
quisiera darle y ese mismo lunes, cargué con la silla en el bus y se la llevé a
Pepe que se puso contento a reventar y me invitó a un refrigerio.
JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario