martes, 9 de mayo de 2017

HISTORIA DE UNA SILLA

Es la de mi amigo Pepe, perdón, D. José. La compró allá por los años 60, cuando él vino de trabajar en Alemania. Claro con los ahorrillos del próspero país, en aquellos tiempos de antaño.
Bueno, pues fue pasando el tiempo, subiendo su barriga y como se pasa 12 horas al día sentado en ella, escuchado de ganar al Real Madrid, equipo de futbol de sus amores, pues claro, un buen día la silla de marras, que es de hierro, se rompió, pero él no quería tirarla. Llevaba ya unos meses queriendo soldarla. Yo hice indagaciones para llevar a cabo el trabajo. Es de saber que la carpintería de hierro está lejos de su casa y cerca de la mía
La cuestión era traerla, soldarla y después llevarla. Por fin me decidí. Un domingo, cuando nos juntamos a comer churros, le dije a Pepito: “mira, yo me llevo la silla. Ha llegado la hora. En el bus, de la forma que sea, yo me la llevo y ya te la traeré”.
Era importante que no valiese más el collar que el perro, o sea que no costase muy caro el trabajo. Me traje la silla el domingo y el lunes salí con ella y la llevé a la cerrajería. El cerrajero no se aclaraba y no me podía decir cuánto costaba. Entonces le dije: “mira, arréglamela bien y ya veremos cuanto me cobras”. “es que no soy yo, sino el patrón, que viene poco por aquí, quién tiene que decir cuánto cuesta”, me dijo.
“Bueno”, le dije yo, si no vale una barbaridad, arreglármela, hazlo”. Los vecinos se reían cuando me veían silla para arriba silla para abajo, diciendo: “¿Qué la llevas para echar un descanso cuando eches el paseo? “Si” les contesté a ellos.
Me llegué al mediodía, el patrón no había venido, pero el operario se enrrolló conmigo y, bajo cuerda, me la arregló por lo que yo quisiera darle y ese mismo lunes, cargué con la silla en el bus y se la llevé a Pepe que se puso contento a reventar y me invitó a un refrigerio.

JOSÉ ANTONIO MÉRIDA.

No hay comentarios:

Publicar un comentario